Hay que ventilar la casa, deshacernos de todos los aromas que la
habitan: el olor a rezago, tu loción indiscreta, la humedad que dejó el
verano; hay que lavar las cortinas, tirarlas si es necesario, sin
sacudirlas, atadas, envueltas con cuidado; hay que agitar los brazos,
espantar a lo que circule, de arriba a abajo, tan suave como el
temperamento del intruso.
Que no vuele el polvo, que no entren las moscas, que no se salga el gato.